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Revivir al gremio más grande del país

No. No nos ofrecen la educación que soñaba el Manifiesto Liminar al invocarnos a ir “en busca de una vergüenza menos y una libertad más”, y por eso, el próximo 23 de abril acudiremos a la primera Marcha Federal Universitaria contra el gobierno de Javier Milei. 


  • por Solve Gui.

El conflicto educativo sorteó, al menos por ahora, el gran riesgo de permanecer aislado ante un gobierno que siente legitimidad social para el shock y la “guerra ideológica” contra el sistema universitario y científico. Quien escribe piensa fervientemente que podemos ganar. Y entonces, hay que elaborar apuntes para desovillar la situación del movimiento educativo, y sus posibilidades. 


El cuadro marca dos conflictos correlativos. Primero, el ahogamiento presupuestario que azota a todas las Universidades Nacionales, provinciales e institutos universitarios hace imposible cubrir los costos de funcionamiento y la actualización salarial para la no docencia, que siempre queda última en la organización estamental de la educación superior. En la comparación  interanual, inflación del 276% mediante, el recorte al presupuesto se vuelve de más del 72%. Segundo, la crisis general acelera las condiciones de precariedad en las que se sostienen las cursadas. Estudiantes que no llegan a fin de mes y viven en casas estalladas, boletos que aumentan, apuntes encarecidos, paralización de las becas. Docentes que enfrentan una disputa salarial marcada por los nulos acuerdos paritarios acorde a la pérdida del poder adquisitivo registrada desde 2015, en un contexto de ajuste al sistema científico nacional.


Nos asedian para humillarnos. Y ya está abierta la disputa contra el Gobierno Nacional. La fecha límite es el 30 de mayo. Al momento de escribir estas líneas, quedan 39 días, 3 horas y 50 minutos. Por eso nos levantamos, y se augura un aluvión en la Plaza de Mayo y a decenas de puntos a lo largo y ancho de la República Argentina, en una movilización articulada por el inédito Frente Sindical Universitario, las federaciones estudiantiles, y la marca del Consejo Interuniversitario Nacional. 


Qué sacude la marea


La situación de crisis en las universidades nacionales se ha acelerado de manera insólita. Su cuadro se enmarca en un ataque generalizado a las condiciones de vida populares, pero aunque podríamos enlistar hasta el cansancio las demostraciones de fuerza por parte de sindicatos, partidos, movimientos sociales y feministas, la sensación que se cosecha de esas experiencias está marcada por el presentismo intempestivo en el cual nos fuerzan a habitar las clases dominantes desde el despacho presidencial. La intensidad de la crisis impuesta impide a los colectivos tejer el largo plazo, fuerza al olvido de las elaboraciones predictivas en un cajón cerrado con el rótulo de las esperanzas, desdibuja la memoria histórica de las luchas pasadas. 


En esa escena de movimientos sociales desgastados, el CIN se colocó como actor protagónico de esta parte de la historia. Es el espacio de diálogo entre rectores de las Universidades Nacionales, el subsecretario de políticas universitarias Alejandro Álvarez (hijo) y el Secretario de Educación Carlos Torrendell. Su última reunión fue arena de disputa discursiva entre los funcionarios de Milei y un bloque político multiforme de radicales, peronistas y gestores de carrera. “No vamos a aceptar diagnósticos degradacionistas” fue la conclusión contra quienes propusieron una visión de la universidad marcada por el declive, así como la falsa propuesta de pensar que un 70% de aumento para los gastos de funcionamiento representa una concesión en una universidad que destina más del 90% de su caja al pago de salarios. Las lecturas acuciantes elaboradas por expertos de la administración universitaria fueron sucedidas por un concierto de comunicados y declaraciones oficiales, en las que las Universidades se declararon en emergencia. 


¿Pueden forzarse alianzas impensadas? Rectores y decanos otrora fueron némesis de un movimiento estudiantil de armas tomar. Pero desde principios de año se expresan gestos de disconformidad entre las filas de las gestiones. A eso se suma que la negociación paritaria forzó una novedad en el mapa: la constitución del Frente Sindical Universitario, que reúne a las 6 federaciones docentes y las no docentes. Ambos sectores propusieron una articulación de la comunidad universitaria nacional nunca vista en la dolorosa democracia construida. Para marcar a qué nos referimos, el último registro de protagonismo de los rectorados en la defensa de la educación pública nos retrotrae a 1958, con el conflicto “Laica o libre” que peleó -infructuosamente- contra la legitimación de las universidades privadas. Ahora bien, hay que recuperar la pregunta que muchos se vienen haciendo para terminar de configurar la trama de fuerzas. ¿Dónde está el movimiento estudiantil?


Para despertar al gigante: apuntes sobre el sujeto 


El ataque directo a la educación pública se da en un marco de ofensiva general contra la vida de las clases subalternas. Debatir con compañeros sobre este punto es útil para concluir lo siguiente: este asedio constante y en múltiples flancos impacta en la subjetividad popular. El desafío de capear el mal tiempo, intentando sostener algún ámbito de la vida cotidiana con relativa “normalidad” o estabilidad, fuerza a posiciones subjetivas de cansancio y tedio ante una vida cada vez más cruda y cruel. 


La crisis general impone rediscutir las condiciones del sujeto universitario. El estudiantado está hoy conformado por una juventud que estudia, trabaja y realiza tareas de cuidado, que resiste frente a lo precario del mundo y que apuesta de manera creciente a carreras de profesionalización para el ingreso al mercado laboral -como marcan los índices de matriculación-. El estudiantado se forma en ese marco de pérdida del puesto de laburo y horarios rotativos, mientras sufre de flexibilización laboral, hay quienes tienen familiares y pibes a cargo. Hay varias condiciones en esa transformación del perfil de estudiante, que tenemos que blanquear con urgencia pero que no pueden ser abarcadas exhaustivamente ahora. Crisis, post-pandemia y masificación del ingreso son tres de los componentes: a la universidad no entran sólo las élites, porque por eso hemos luchado. Ese nuevo actor que habita las universidades nacionales ve con desconfianza la disponibilidad para la política cotidiana por parte de las organizaciones tradicionales que la habitan. Hay una fractura entre estudiantes que militan y quienes no lo hacen en el marco de la universidad. 


No puede haber política sin sujeto. Esta reconfiguración -proceso de largo aliento- transformó las condiciones en las cuales se construye cultura gremial, se trabaja la representación, se conjura futuro fuera de las aulas pero dentro de las facultades, porque replantea las condiciones para su politización. Un ejemplo claro es el rol atribuido hoy a un centro de estudiantes. La consolidación de la tendencia de servicios de los gremios estudiantiles en detrimento de la organización política de lo común marca las urgencias de quienes representan, al punto de no poder ser atribuido al accionar político de un sector específico, porque de igual manera se comportan conducciones reformistas, peronistas y de izquierdas. Cambiamos mandatos por proyectos institucionales, vocación de servicio por gestión de lo posible en la crisis, y las organizaciones que no lo registraron están al borde del olvido. 


Y sin embargo, se mueve


La merma de la politización (¿o repolitización?) tiene impacto en niveles que se verifican fehacientemente ante la urgencia actual: ausencia de cultura organizativa, desconocimiento del funcionamiento de los gremios y las instituciones, desaprensión de la identificación en un común político estudiantil. Eso es lo que hay que rearmar, y en esto andamos. Venimos de semanas de reconstrucción de las redes federales: día tras día se multiplicaron las alertas sobre medidas regresivas que ya se empezaron a implementar en decenas de Universidades Nacionales. Las lecturas de cuadros presupuestarios eran convidadas entre pasillos, esas asambleas permanentes de la que nos hablaba Horacio González. Y así, con el correr de las semanas, la novedad de la crisis pasaba de moda en esa radio abierta que construye el estudiantado organizado. Las consecuencias materiales del recorte azotan en los núcleos politizados, a sabiendas de que no hablamos sólo de antecedentes problemáticos: cada medida de ajuste se constituyó como sentencia predictiva. La crisis de los hospitales universitarios, arancelamientos a la inscripción en la UNT, virtualización parcial en la UNER, límites de materias para cursar en la UNQui y la UNaHur, cortes de luz en la UBA, y así. 


Ese proceso de reencuentro aceleró lo que en el boca a boca se venía advirtiendo como riesgo frente al triunfo de Javier Milei, así como la urgencia de reunificar a ese estudiantado fracturado políticamente. Con la instalación del problema en la agenda nacional desempolvamos métodos organizativos y de protesta, aún contra las voluntades de las conducciones de los centros de estudiantes. Volvieron las asambleas y los cortes de calle, los aplaudazos, el debate en las aulas. Las clases públicas colocan fuera de las facultades un espacio de enseñanza que debe necesariamente, como nos decía un docente en la Plaza de Mayo durante las jornadas de 2018, asumir la forma de la protesta. Estudiantes que nunca vieron la necesidad de organizarse se encontraron por primera vez con los resabios de una comunidad educativa desesperada por volver a reunir sus piezas, y están aportando a eso. En pocas semanas reconstruimos un clima político al interior de las universidades de la mano con el ataque nacional a la Universidad Pública, y logramos preparar una movilización que, este martes, puede quedar grabada en la historia de nuestro movimiento e incluso más allá: la adhesión construida en diversos sectores de la sociedad la coloca como un posible parteaguas con respecto a lo que venimos viendo.  


Los intentos del gobierno por desmovilizar -anunciando acuerdos falsos- y amedrentar a través del protocolo represivo muestran un pulso recuperado por parte del gremio más grande del país. Se pronostica una cadena nacional en la víspera de la Marcha Federal Universitaria, que escucharemos desde las múltiples vigilias preparadas en la Universidad de Buenos Aires. Parecen desconocer, con sus ofertas espurias, que la Universidad Pública no se sostiene por su capacidad de pagar los servicios, sino fundamentalmente por la comunidad educativa que la construye todos los días. La pregunta tiene que ver con si este proceso de reaparición puede cristalizarse como proceso organizativo: forjar experiencias políticas de una nueva generación, reidentificar al estudiantado en tanto sujeto político, consolidar un espacio de pertenencia y construcción que se sostenga luego de que el CIN, que tiene como rol sentarse a negociar, se baje del barco. ¿Cuántos vamos a quedar arriba cuando eso pase? 


Lo que va a venir después requiere ir más allá de lo que hay. Porque no sólo defendemos a la Universidad Pública en su presente, sino en el futuro que le tenemos planeado, que sigue proyectando sobre ella el imaginario utópico de la liberación. La intensificación de las políticas de recursos propios mediante convenios y acuerdos con otras instituciones para asegurar ingresos privados son marcas de la mercantilización de la educación superior, harto denunciada por el movimiento estudiantil y docente desde su florecimiento en los años ‘90, sostenidas a lo largo de los años. Y la mercantilización, en este contexto, acecha como antesala de la privatización. Pero la política universitaria, como el saber, restituye en el corazón meritocrático de la Universidad las bonanzas de la interdependencia, de lo común áulico. Allí es donde hay que tramar las nuevas utopías que necesitamos para volver a andar y no sólo resistir. Porque aunque nos quieran callar, estamos. Y seguiremos estando. 


Al momento de cierre de esta nota, quedan 39 días, 3 horas y 50 minutos para que se acabe el presupuesto. 

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