Por Julieta Campos.
Simone de Beauvoir nos relata en su celebre ensayo El segundo sexo (1949) que algunas jóvenes percibían al casamiento como un camino fecundo que las conduciría hacia la libertad, emancipándolas de la sofocante autoridad paterna, a su vez, tal recorrido estaba lindado de promesas sobre la estabilidad económica, el amor y su dominación en el hogar; en una palabra: el casamiento garantizaría a estas jóvenes nada mas ni nada menos que bienestar y regocijo. Mis lectoras y lectores saben que estas fantasías adolescentes jamás se materializaron, debido a estas mujeres solo obtuvieron tal estado de felicidad en sus momentos de ensoñación, su realidad material siempre fue la enajenación y la soledad.
Gracias a la lucha incansable de las feministas, este relato nos parece lejano y a algunas/os les parecerá irrisorio que lo traiga a colación para referirme al regulacionismo, principalmente sobre su discurso y las consecuencias de su aplicación en dos países que siempre se mencionan como ejemplo cuando hablamos de la reglamentación de la prostitución.
Podemos afirmar que el regulacionismo se basa en la protección del Estado hacia las “trabajadoras sexuales”, por medio de obras sociales, aguinaldos, vacaciones pagas y cualquier otro derecho laboral conquistado por los trabajadores y las trabajadoras a lo largo de la historia. El discurso regulacionista sostiene que la prostitución es un trabajo como cualquier otro, sin embargo, me gustaría iniciar marcando dos diferencias notables entre el “trabajo sexual” y el trabajo “convencional”: la primera de ellas es que las “trabajadoras sexuales” poseen como proxeneta al Estado, la segunda es que, a su vez, la prostitución alimenta uno de los delitos mas atroces a los que las mujeres y las niñas han sido sometidas, la trata de personas con fines de explotación sexual.
Antes de profundizar en estas dos diferencias, me gustaría tomar la definición de Estado que nos otorgan las teóricas feministas: el Estado es una autoridad burguesa y patriarcal cuyo fin no es la protección de todos los ciudadanos sino, el control y la explotación sistemática de mujeres – por medio de una doble opresión: sexual y de clase- , y de los hombres – en tanto su condición de clase; lo cual nos lleva a la condición del Estado como protector del status quo. Por su parte, el regulacionismo posee perfecto conocimiento de tal carácter, y lo reivindica a fin de obtener beneficios económicos por medio de la explotación de las mujeres. ¿Cuál es la diferencia entre el proxeneta y el Estado Regulacionista si ambos se quedan con las ganancias de las “trabajadoras sexuales”? ¿Hasta qué punto es rentable este negocio?
Antes de hablar de la relación entre la trata de mujeres y la prostitución – la cual no es solo esperable sino necesaria para el funcionamiento del Estado Regulacionista- me gustaría caracterizar brevemente a la “trabajadora sexual”. El discurso afín a la explotación de las mujeres, sostiene que la trabajadora sexual posee un capital, del cual puede sacar provecho hasta su muerte, comparable con una parcela de tierra o el fruto de años de formación académica, sin embargo, el mismo no es nada mas ni nada menos que su propio cuerpo. Las ganancias producidas por este dependen no de la fuerza del trabajo, sino de la capacidad que posea la mujer para soportar la mayor cantidad de penetraciones y humillaciones por parte de los “clientes”. Sin embargo, hay una característica fundamental que eleva a la “trabajadora sexual” por encima de la mojigata proletaria: su carácter libre y revolucionario, libre porque ella domina la situación constantemente; revolucionario no solo porque elige voluntariamente un “oficio” poco convencional sino también, porque se opone a lo que sociedad espera de ella; la corona que ostenta la “trabajadora sexual” es la que refleja que ella es privilegiada porque disfruta de su trabajo, no solo por medio del goce sexual, sino principalmente de la retribución económica que obtiene de ello, ella siente que volverse objeto –servicio- para el cliente la libera de todas las desigualdades sufridas, de todas las veces que no obtuvo nada a cambio de consentir una relación sexual, ahora su consentimiento tiene un precio.
Este discurso es bello y altamente persuasivo, el paralelismo entre la situación de la adolescente que vivía en un ensueño constante sobre su libertad y la dominación hacia sus esposo y sus hijos, es similar al discurso regulacionista sobre la libertad de su cuerpo y la dominación hacia el cliente; ambos poseen problemas en su raíz: necesitan de los hombres y de su sexo para alcanzar la autonomía de la mujer. Como la fantasía juvenil del sueño americano deviene en pesadilla ante la decepcionante realidad, el discurso regulacionista se torna tiránico ante el testimonio de ex actrices de la industria del porno – Mia Khalifa es uno de los casos que resonó en los últimos meses- y ante los ríos de tinta que escribieron las mujeres que sobrevivieron a un feliz negocio que se convirtió lentamente en esclavitud.
Las mujeres en situación de prostitución son vulnerables ante la fuerza masculina en un cuarto de hotel o en un automóvil, la misma posee mas peso ante la aprobación del Estado, que en lugar d e garantizar comida sobre la mesa y trabajos seguros para todas las mujeres, invita a una alternativa que reza “dinero fácil” por medio de la cotización del cuerpo y la venta de un servicio que implica la abstracción constante ante las mas bajas humillaciones.
No negaré la existencia de autenticas trabajadoras sexuales, que ejercen el “oficio” de forma voluntaria y gustosa, las mismas escogen a sus clientes, los lugares de encuentro y las practicas que se realizaran durante el servicio; estas son las encargadas de condenar a millones de mujeres y niñas a la trata, a la vez que captan por medio de un discurso de “empoderamiento” a mujeres en situaciones de vulnerabilidad. Como burguesas que son, se apropian de las ganancias de las mujeres pobres o se las otorgan gustosamente al Estado por medio de unas monedas más en sus cuentas bancarias.
Como he dicho previamente, la trata y la prostitución están ligadas íntimamente, gracias a una simple relación económica que la omisión en el discurso regulacionista es, por lo menos, grosera: la demanda del trabajo sexual es demasiada para la poca oferta de mujeres que desean ejercerlo libremente –dejando de lado todo el análisis que la teoría feminista aborda sobre la libre elección- , por lo tanto se hace necesaria la captación de las mujeres pobres y de las redes de trata. Sin embargo, no es solo una cuestión cuantitativa: es necesario un inmenso abanico de mujeres de todas las etnias, rasgos físicos, cultura, religión y nacionalidad para que los honorables clientes hallen satisfacción de sus retorcidas fantasías eróticas; porque ciertamente, la mujer burguesa no estaría dispuesta a mantener un encuentro sexual con un hombre que la humille, toda libertad y valentía tienen limitaciones, por algo existen las mujeres de menor categoría.
Durante el año 2002, Alemania legalizó completamente la prostitución, con miras a mejorar la situación de las mujeres que la ejercen, sin embargo, según la Doctora Ingeborg Kraus en una conferencia en Madrid titulada “La prostitución es incompatible con la igualdad entre los hombres y las mujeres”, solo logró el aumento de la trata de mujeres, descenso de las tarifas del “servicio”, el aumento de la violencia y el sadismo por parte de los hombres hacia las mujeres en situación de prostitución, la doctora resalta que en uno de los burdeles mas concurridos de Alemania existe un menú por medio del cual se puede elegir qué “servicio” puede escoger el cliente, por medio de una tarifa según el grado de perversión a la cual está vulnerable la prostituta. Notable es que no me haya referido al término “trabajadoras sexuales” para hablar del caso alemán, mo es coincidencia: la abrumadora mayoría de las mujeres prostituidas son pobres y radicalizadas o extranjeras.
Algo similar ocurre en Holanda desde el año 2000, junto con Alemania ambos países lideran la lista de países que se caracterizan por el turismo sexual y el exorbitante aumento de la trata de mujeres desde la regularización de la prostitución. El caso holandés presenta datos, no muy exactos, pues se cree que las cifras sobre la cantidad de mujeres victimas de trata con fines de explotación sexual es superior a los números que citaré a continuación (según Diario las Américas): 6.250 mujeres son victimas de trata por año, dos tercios de este numero data de la cantidad de mujeres captadas para la explotación sexual, el tercio restante cumplen tareas criminales o trabajos forzosos; el 46% de las victimas son captadas en territorio holandés, el 21% provienen del trafico sexual transfronterizo.
Estos dos ejemplos deberían bastar para dar cuenta de lo perjudicial que es la aplicación de políticas regulacionistas para las mujeres y niñas, lamentablemente hay demasiada experiencia en este campo. Ninguna persona que sea afín a los derechos de las mujeres proletarias debería abogar por la violación sistemática y paga de nuestros cuerpos, ningún militante por la causa obrera puede dejarse llevar por el discurso burgués que refuerza nuestras cadenas y nos condena a la esclavitud, mientras la mitad de la población esté bajo el dominio de la otra no habrá verdadera libertad y toda la lucha será vana.
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