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La evolución histórica de Stalin


* por Rodrigo Ross.

El nombre de José Stalin, aún hoy, a siete décadas de la muerte del líder georgiano, posee una fuerza plástica capaz de desatar la cólera y el terror de los epigonos de la burguesía. A estos, la imagen de Stalin se les presenta como un espectro maléfico, enemigo del “mundo libre” y representante del mal.


Es coherente que los servidores del capital así lo perciban y erijan el paradigma anti-Stalin para proteger sus intereses. Por el contrario, no es sano ni lógico que los comunistas acepten y repitan las infamias de la leyenda negra antistalinista elaborada por los más acérrimos enemigos del comunismo.


La autofobia de los comunistas tras la derrota del socialismo real —como señalaba el filósofo italiano Domenico Losurdo— ha conducido a aquellos a la capitulación vergonzante ante los vencedores de la Guerra Fría, intentando en vano desligarse de su pasado, renegando de él.


Desafortunadamente en nuestra Hispanoamérica, los partidos comunistas no han realizado una auténtica evaluación de la historia y, por el contrario, continúan repitiendo las calumnias trotskizantes del “Informe secreto” pronunciado por el reviosionista Jruschov en el 20° Congreso del PCUS en 1956, y por los artífices de la Perestroika en 1986.


J. Stalin como líder revolucionario, organizador, dirigente y estadista es la personificación del mayor proceso de cambio social de la historia. Un proceso que convirtió en solo 30 años a la Rusia agraria semifeudal en la segunda potencia mundial, un vasto imperio multinacional generador de progreso y bienestar. La obra stalinista de construcción del primer Estado socialista transcurrió en terribles condiciones, con un atraso económico de 100 años respeto a las países desarrollados de Europa, con devastadoras guerras civiles e intervenciones extranjeras, sabotajes, conspiraciones y la mayor carnicería de la historia: la bárbara agresión de la Alemania nazi contra la Unión Soviética (1941-1945).


Sin embargo este proceso de edificación, al igual que todas las grandes revoluciones precedentes, como la Inglesa de 1642 y la Francesa de 1789, tuvo grandes luces pero también sombras, consecuencia inevitable del enfrentamiento entre las fuerzas del progreso y la reacción conservadora. C. Marx decía que el capital había venido al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, y que del mismo modo le llegaría su fin.


"Desafortunadamente en nuestra Hispanoamérica, los partidos comunistas no han realizado una auténtica evaluación de la historia y, por el contrario, continúan repitiendo las calumnias trotskizantes del “Informe secreto” pronunciado por el reviosionista Jruschov en el 20° Congreso del PCUS en 1956, y por los artífices de la Perestroika en 1986".

Las revoluciones burguesas realizaron la industrialización a costa de los campesinos, quienes pagaron con sus vidas el precio de la acumulación originaria capitalista. Analogamente, la revolución socialista soviética no pudo realizar la indispensable industrialización sin la previa colectivización de la agricultura, mediante una brutal guerra sin cuartel contra los kulaks y campesinos medios.


El desarrollo y la violencia, en una determinada etapa histórica, caminan juntos. Los antagonismos de clase jamás se resuelven pacíficamente, y nadie puede ignorar hoy que los nobles intentos de construir el socialismo por la vía pacífica acabaron en un tragedias y baños de sangre, como en Indonesia donde Suharto cometió el genocidio de millones de comunistas, y como en Chile con el golpe de Pinochet.


Por esto resulta inútil juzgar la historia con criterios morales. La Unión Soviética conducida por el Partido Comunista (bolchevique) realizó una labor titanica e inigualable. Los horrores del gulag y las represiones, que sensibilizan a los desmoralizados de izquierda, no pueden prevalecer sobre los logros del poder soviético.


Acusar a Stalin por todo esto, convertirlo en chivo expiatorio, aceptar las falsificaciones teóricas de los mercenarios imperialistas, repetir las mentiras de los restauradores del capitalismo en la URSS no es tolerable y está en flagrante contradicción con los intereses de un militante revolucionario.


Para finalizar, tomamos el consejo de D. Losurdo: “los comunistas deben apropiarse de su historia”. Ningún comunista que se precie como tal puede temer y bajar la voz cuando la lucha ideológica le exige defender la verdad histórica.


Asumir sin ambages la defensa de Stalin y la obra socialista es un deber y condición sine qua non para quien desee ostentar el título de marxista-leninista.

 

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