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La Argentina actual a la luz de un episodio del Chile de 1970

Por Atilio A. Boron.

La pandemia y reclusión forzosa me posibilitaron ponerme al día con muchas lecturas, escribir a diario (pronto les diré las sorpresas que se vienen) y organizar mis archivos y carpetas, recuperando de ese modo documentos y escritos varios, entre ellos algunos “papers” presentados en congresos científicos. Pero mi sorpresa fue mayúscula cuando, perdida en el fondo de una caja con libros que estaba a punto de donar, me encontré con una carpeta que decía “La izquierda chilena: 1970”. Me abalancé sobre ella, la abrí y en su interior hallé varios documentos que había dado por perdido a causa de mis numerosas mudanzas, dentro y fuera del país, amén de algunas rupturas matrimoniales que siempre perturban el orden de archivos y bibliotecas. Entre ellos se encontraba el original -en inglés porque lo debía presentar al Congreso Mundial de la Asociación Internacional de Ciencia Política (IPSA), en Munich, 1970- de un artículo de 33 carillas titulado “Political Mobilization and Political Crisis in Chile, 1920-1970” y publicado como Documento de Trabajo Nº 17 de la Escuela de Ciencia Política de la FLACSO/Chile. En esa misma carpeta encontré otra joya: el trabajo de un académico estadounidense, Miles Wolpin, al cual me referiré más abajo.


El hallazgo de aquel original, escrito a mediados de 1970, me llenó de alegría porque ese era el sustento fundamental de mi pronóstico sobre la victoria electoral de Allende en las elecciones fijadas para el 4 de septiembre de ese año. La tesis se formulaba de este modo. Si en las inminentes elecciones presidenciales se mantenía la competencia a tres bandas: Allende, Alessandri y Tomic, las probabilidades de un triunfo de la Unidad Popular aumentaban considerablemente. Esta predicción se apoyaba en una minuciosa compilación y análisis de una serie de datos longitudinales sobre el comportamiento político de la ciudadanía chilena a lo largo de cincuenta años y en una atenta lectura de la historia económica, social y política de ese país a lo largo del siglo veinte


Durante los meses previos a las elecciones esta tesis era vista por mis amigos y compañeros de la izquierda, militantes de la Unidad Popular, como insanablemente errónea. Hacían un intenso trabajo de base, pero prevalecía en muchos ellos el espíritu de la derrota. En más de una ocasión se me dijo, fraternalmente, que lo mío era una extravagancia personal, un caso extremo de pensamiento ilusorio (“wishful thinking”), un espejismo que me hacía ver y esperar lo que quería con todas mis fuerzas que ocurriese pero, lamentablemente, no iba a ocurrir. Si bien yo estaba, como siempre, abierto a discutir mis ideas el pesimismo que imbuía a gran parte de la cultura de la izquierda chilena me resultaba exasperante y chocaba frontalmente con mi arraigado optimismo de la voluntad, para decirlo en términos gramscianos. Claro que aquella actitud crítica de tantos compañeros no era caprichosa. Reflejaba la fundada desconfianza que ellos tenían acerca de la neutralidad de las autoridades electorales chilenas ante la candidatura de Allende y el papel conservador del Congreso Pleno que debería dar su veredicto entre las dos primeras minorías en caso de que ninguno obtuviese la mayoría absoluta de los votos. A ello se sumaba el desembozado, obsceno, involucramiento de “la embajada” en la campaña electoral volcando millones de dólares y un ejército de “asesores” y ONGs para la candidatura de Jorge Alessandri y los efectos de una pionera campaña de terrorismo mediático -liderada por El Mercurio y el Canal 13 de la Universidad Católica- que auguraban un futuro apocalíptico en caso de que el “cómplice” y émulo de Fidel llegase a La Moneda. En esa época no se hablaba de Venezuela pero siempre había un infierno a mano para refregar en la cara de los votantes. Y en esos años era Cuba.


Para colmo, un extenso trabajo de investigación del ya citado Miles Wolpin, originalmente publicado en la revista Foro Internacional (México) en su edición de Julio-Septiembre de1968 y reproducido en Mayo de 1969 nada menos que por Pensamiento Crítico, la gran revista teórica cubana, argumentaba que había “factores estructurales” que impedirían la victoria de la izquierda en 1970. Su artículo fue reproducido poco después en la prestigiosa revista chilena Punto Final, material de consulta obligada para todos quienes luchábamos contra la derecha y el imperialismo en Chile. La edición del 30 de Septiembre de 1969, a menos de un año de la elección, venía acompañada de una separata especial; nada menos que el artículo de Wolpin, cuyo facsímil de la primera página acompaña esta nota. La última parte de su ensayo remataba con un diagnóstico apabullante, sombrío, casi diríamos fúnebre. La izquierda tropezaría con una imposibilidad estructural de triunfar porque “la alineación de los medios de comunicación; el papel anticomunista de la Iglesia Católica; la disparidad de los recursos para financiar campañas; la autoridad congresional para elegir al presidente; … la probabilidad de intervención militar; la extensión y variedad de la inversión probable de EEUU dentro del ‘abierto’ sistema sociopolítico chileno y ciertos patrones de la opinión pública … movilizarían la preferencia del electorado” en contra de la izquierda. El impacto de esa nota, cuando la publicó Punto Final, fue enorme, un baldazo de agua helada para la fervorosa militancia entre la cual me contaba y la confirmación de sus peores presagios.


Claro está lo del estadounidense no era un rayo en un día sereno. En una entrevista especial que Punto Final le había realizado a Clodomiro Almeyda el 22 de Noviembre de 1967, es decir a un mes y medio del asesinato del Che en Bolivia, aquel distinguido militante socialista y entrañable amigo de Allende recomendaba nada menos que “dejar a un lado el ilusionismo electoral”. Su planteamiento no era descabellado ni un homenaje al radicalismo retórico sino que obedecía a un cuidadoso relevamiento de los obstáculos que se interponían a una estrategia sólo electoral que, en esos momentos, prevalecía en general en la izquierda lo cual, obviamente, era también un error. Lo suyo era una voz de alerta que no podía ser desoída, pero, creo, fue interpretada literalmente sin ponderar los matices y las sutilezas que había en su razonamiento que no necesariamente era un llamamiento a la “lucha armada”. Lo suyo era una advertencia en contra del “electoralismo”, tal vez expresada de modo desafortunado por quien luego sería nada menos que un gran ministro de Relaciones Exteriores de Allende


El veredicto de la historia me reivindicó, y quienes me fustigaban por mi “desbocado optimismo” tuvieron que llamarse a silencio. Debo aclarar que no era yo el único que confiaba en tan promisorio desenlace. Había otras pocos que compartían mi pronóstico. Uno era el propio Salvador Allende, que estaba totalmente convencido de tres cosas: (a) que obtendría la primera minoría; (b) que el Congreso Pleno no sería capaz de violar tan escandalosamente la institucionalidad chilena eligiendo como presidente a quien saliera segundo en las urnas; y (c) que los militares chilenos no producirían un golpe de estado para anular su victoria. Tanto era así que semanas antes del comicio daba por descontada su llegada a la presidencia. Otro que recuerde era Joan Garcés, un brillante abogado y politólogo valenciano que había sido mi profesor en FLACSO y que, apelando a una metodología de trabajo distinta a la mía llegó a la misma conclusión. Garcés se incorporaría luego al equipo de trabajo de Allende y colaboraría con el presidente mártir hasta el mismo 11 de setiembre.


Teniendo a la vista la complejidad de la escena sociopolítica argentina cabría preguntarse lo siguiente: ¿por qué se equivocaron quienes daban por descontada la derrota de Allende? Respuesta telegráfica: porque como advirtiera Gramsci en un célebre pasaje de sus Notas sobre Maquiavelo, la política y el estado moderno, la resolución progresiva o regresiva de una coyuntura depende de una compleja dialéctica en donde juegan factores “orgánicos” y también elementos “ocasionales”. Así, nos dice, con frecuencia “se llegan a exponer como inmediatamente activas causas que operan en cambio de una manera mediata; o por el contrario a afirmar que las causas inmediatas son las únicas eficientes.” Los análisis de Wolpin y de Almeyda identificaban correctamente aquellos factores “orgánicos” o “estructurales” que definen un marco de acción, siempre acotado pero nunca carente de fisuras y entresijos. Pero al hacerlo subestimaron por completo los elementos de tipo “ocasional” que, en circunstancias como las que prevalecían en el Chile de 1970 adquirieron una decisiva gravitación: una democracia cristiana (la nueva derecha) que terminaba desprestigiada luego de seis años de mandato; las dificultades para la reunificación de la derecha tradicional en torno a la figura de Jorge Alessandri; las contradicciones entre la derecha tradicional y la “modernizada” por EEUU; el respeto y reconocimiento que suscitaba Allende; la movilización y concientización de nuevos contingentes ciudadanos formados por jóvenes, campesinos, mujeres, pobladores; la fuerte labor de organización del campo popular realizada por los partidos de izquierda durante los años sesentas, entre otros. Todo lo que, en referencia a esto último, configuran las famosas “condiciones subjetivas” a las cuales tantas veces se refirió Lenin en sus escritos. Quienes en aquellos lejanos días pudimos encontrar la relación justa entre unos y otros factores, entre los “orgánicos” y estructurales y los que conformaban el caleidoscopio de elementos ocasionales y factores subjetivos acertamos con nuestros pronósticos.


En las imágenes que acompañan esta nota puede verse la Tabla 5 de mi ponencia, actualizada una vez conocido el triunfo de Allende. Allí se puede apreciar la evolución histórica del voto de los principales partidos políticos chilenos y cómo la alianza de la UP, con 36.5 % de los votos se alzó con la primera minoría que hubo de ser ratificada por el Congreso Pleno. Claro que hubo muchas amenazas y chantajes, pero la enorme presión popular de las masas que bullía en las calles para defender el triunfo de Allende hicieron naufragar la tentativa de un fraude pos-electoral. Sin esa demostración de fuerza, tal vez los parlamentarios hubieran elegido a Jorge Alessandri como presidente. Pero el impulso plebeyo era demasiado fuerte, la amenaza de un incontrolable desborde popular era muy grande y no se atrevieron a dar jugar esa carta que contaba no sólo con la aprobación sino con el impulso de Edward M. Korry, a la sazón embajador de Estados Unidos, en línea directa con las instrucciones recibidas desde Washington y emitidas por el fatídico dúo de Richard Nixon y Henry Kissinger.


Toda una lección para la Argentina de hoy, 2021, donde los grandes temas de la agenda del actual gobierno como el impuesto a la riqueza, la reforma del Poder Judicial, la democratización del espacio mediático y el control del poder de veto de las grandes empresas y la elite plutocrática tropiezan con la inercia de las estructuras e instituciones tradicionales y la absoluta falta de voluntad de aceptar la puesta en marcha de una moderada reforma social. No obstante, esta parálisis, este rechazo del Poder Judicial para autodepurarse, el de los millonarios para pagar impuestos y el de los medios de comunicación para democratizar el espacio público tendrá corta duración porque, una vez que gran parte de nuestra población se encuentre inmunizada contra el Covid-19, el pueblo saldrá a las calles y desde allí doblegará con su multitudinaria presencia la fuerza de los baluartes conservadores y reaccionarios en su empeño por frustrar el avance democrático de la Argentina.

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