Por Amado Boudou.
Lenin nos enseña en su libro «El imperialismo, fase superior del capitalismo» que entre «…1900 y 1903: los cárteles se convierten en una de las bases de toda la vida económica. El capitalismo se ha transformado en imperialismo (2). Es decir, el Imperialismo se origina y consolida a partir de, y en torno a, la concentración económica. Describe entonces las fuerzas materiales que convierten el idílico y «justo» mundo de la competencia en un sistema que se va concentrando más y más tanto por las propias actividades comerciales e industriales, como por su interrelación con las finanzas y las estructuras societarias complejas.
En este sentido el texto puede interpretarse como una continuación del análisis del proceso de la llamada acumulación originaria, particularmente en cuanto a la metodología del análisis. Es cierto. La descripción y ejemplos concretos de los procesos de concentración de la actividad comercial y productiva descriptos en el capítulo I de la citada obra penetran, describen y desmenuzan con claridad lo que en la economía burguesa estándar actual se conoce como «economías de escala», «economías de alcance» e «integración vertical». Por supuesto en ningún texto ni curso de microeconomía o teoría de los precios actual hay referencia alguna al texto de Lenin.
Quizás para ocultar lo que en ese marco se designa como «fallas del mercado» que en realidad son fallas del enfoque y la teoría económica estándar (confusión por supuesto no involuntaria). Nos enseñan entonces que hay fallas que no permiten funcionar adecuadamente a los mercados, que si las removiéramos estos permitirían alcanzar resultados óptimos para el conjunto de la sociedad. La realidad es que los mercados no son el mejor mecanismo de las comunidades para resolver algunos de sus problemas centrales. Como bien señala Heyman Minsky: «… mientras el mecanismo de mercado es un sistema suficientemente adecuado para decisiones sociales sobre cuestiones menores como la mezcla de colores en la producción de pantalones, el largo de las polleras o los sabores de helados, no puede y no debería confiarse en el mecanismo de mercado para las cuestiones grandes e importantes como la distribución del ingreso, el sostenimiento de la estabilidad económica, el desarrollo del capital y la educación y la capacitación de los jóvenes» (3). El estado de la atención de la salud global debería bastar como ejemplo para validar dicha afirmación.
El punto no es menor, pues en los cursos iniciales de economía estándar se pone mucho énfasis en distinguir entre «economía positiva» (lo que es) y «economía normativa» (lo que debería ser), pero rápidamente se comienza a intercalar definiciones opacamente iluminadas por un supuesto deber ser (una especie de «sentido común científico» que no es otra cosa que el sentido de las clases dominantes) mezclando todo en la propia proposición de la teoría «esto funcionaría bien si no hubiera barreras para que así suceda».
Y cuales son dichas barreras para la teoría económica estándar: salarios mínimos, organización sindical, impuestos, regulaciones, derechos de propiedad «mal o insuficientemente asignados», «ayudas sociales» que distorsionan los incentivos, entre otros. Como puede apreciarse, podrá ser un aparato intelectual muy robusto, pero su objetivo central es sostener una ideología más que describir una realidad o hacer predicciones con base «científica».
Avanza Lenin en su capítulo II, donde nos refiere con toda claridad los inicios del proceso que hoy denominaríamos «financiarización de la economía». Más aún, agrega un detallado análisis de época del funcionamiento originario del proceso de interrelación jurídica de las interacciones interempresariales que tuvo un auge global a partir de los 90 conocido bajo el nombre de «adquisiciones y fusiones» que se tornó en un campo «académico» en sí mismo. Por supuesto tampoco se encuentran referencias en los cursos o textos de finanzas corporativas ni de M&A a la profunda comprensión que tan temprano brindara Lenin al respecto.
Con este bagaje teórico podríamos ingresar al debate (fugaz) respecto a si en el siglo XXI funciona una matriz imperialista o no. El debate fue introducido por Hardt y Negri (4) y, entiendo, clausurado por la contundente refutación realizada por Atilio Boron en su Imperio & Imperialismo (5). Debido a dicho cierre, y por la naturaleza misma del presente trabajo, no se abordará dicho debate. El objetivo aquí es mucho más acotado y sencillo.
¿Qué sucede en el siglo XXI con las fuerzas materiales que visualizó Lenin como causas y motores del Imperialismo? ¿Qué está sucediendo con la superestructura a niveles local y global? En definitiva: ¿se puede caracterizar a la globalización actual como imperialismo?
La introducción de las nuevas tecnologías desde mediados de los 80 ha provocado un aumento sostenido e incesante de la productividad a escala global. Sin embargo, estos aumentos no han sido acompañados por la variación de los salarios (ver gráfico).
Sin embargo, la potencia de este fenómeno se ve minimizada por el hecho de las nuevas tecnologías que no solo han provocado la divergencia entre productividad y salarios, sino también han provocado mayor desempleo. Esta tendencia, como patrón general del capitalismo, puede reconocerse ya en el Capítulo XXIII del Capital bajo el parágrafo Progresiva producción de una superpoblación relativa o ejército industrial de reserva (6).
Por lo tanto, aquí tenemos una las causas centrales del conocido hecho que caracteriza la vida social en el siglo XXI: «el 1% de la población mundial tiene el 50% de los ingresos y la riqueza de toda la humanidad» a trazo grueso.
¿Esto es producto de las «fuerzas de la naturaleza»?
¿Es un hecho irreversible? ¿Es la tecnología la que está provocando este desastre?
De ninguna manera. Aquí entra el siempre indispensable análisis de la correlación de fuerzas y sus modificaciones.
El problema no son las nuevas tecnologías, por supuesto. El problema son las relaciones sociales de producción, el problema son las leyes laborales (además de las tributarias). Si la incorporación masiva y creciente a ritmo creciente de nuevas tecnologías y el consecuente incremento de la productividad fuera acompañada por la jornada de 4 horas, con la participación de los trabajadores en la ganancias y eventualmente con algún esquema de ingreso universal (en definitiva con salarios «justos» aún en términos de la fantasía neoclásica) no se produciría el patrón visualizado en el gráfico adjunto que el sindicalista Andy Stern caracterizó muy adecuadamente como la «serpiente voraz». Es decir que confluyen tanto causas estructurales como superestructurales que vienen reforzando un patrón de concentración económica de origen tecnológico en los últimos 40 años.
En cuanto a los motivos centralmente superestructurales, las condiciones actuales han convalidado y superado los hechos y pronósticos que se desprenden del texto de Lenin.
Veamos: se ha difundido la práctica de las sociedades por acciones (como ya se señaló anteriormente) pero se ha avanzado en la utilización de las denominadas técnica mente «jurisdicciones no cooperativas» (aquellos estados que la traducción mal intencionada denomina «paraísos fiscales» cuando la correcta es «guaridas fiscales»). Se ha colocado en el centro de las decisiones de asignación y flujo de capital a instituciones con fin de lucro y ninguna validación «democrática»: las calificadoras de riesgo. Los Bancos Centrales de los países operan por fuera de la institucionalidad democrática, ya que se ha decidido que deben ser «independientes» y los (auto) regulan desde el Comité de Basilea. Las regulaciones de las Bolsas de los países centrales se convierten en norma y regla para el capital financiero.
Todos estos hechos son relevantes en el marco del análisis de lo que Lenin denominó 3ª característica del Imperialismo: la exportación del capital. En tiempos que el capital es crecientemente financiero, el Imperio y sus operadores han logrado una institucionalidad supranacional que solo protege al capital. No solo han impuesto las reglas de movimiento entre países, sino que han logrado que se vayan modificando las legislaciones nacionales para articular aceitadamente en favor de las prácticas y normas diseñadas desde las finanzas transnacionales (un ejemplo claro son los «tratados» a la «protección» extranjera y la aceptación del CIADI como tribunal extraterritorial, cuyo antecedente habría que bucear quizás en los Tratados Desiguales que se vio forzada a firmar China con las potencias imperiales en el siglo XIX a partir de las Guerras del Opio).
La explicación que presenta Lenin respecto a cómo se estaban imbricando a principio del siglo XX las empresas entre si y, sobre todo, con y entre las instituciones financieras se ha convertido en la tendencia dominante del entramado empresarial actual.
Esto se ha tornado particularmente exuberante con el mega desarrollo de la utilización de guaridas fiscales.
En un mundo con intercambio comercial creciente ha sido un factor superestructural adicional tendiente a la concentración la proliferación de las llamadas «banderas de conveniencia» para la carga marítima. Se ha convertido al transporte de carga en una actividad tan opaca como los paraísos fiscales. Nótese que a las banderas que nos vienen a la cabeza cuando se habla de este tema habría que adicionar, por ejemplo, la de Mongolia (país que no tiene costa marítima, pero si un activo registro de buques de carga) (7).
Es notable el documentado análisis que desarrolla el texto respecto a la relación creciente entre el capital financiero y el resto de la actividad económica y la luz que arroja sobre la actualidad de dicha relación (si es que aún queda algo del «resto de la actividad económica» por fuera del sistema financiero). No solo se han confirmado las tendencias presentadas por el autor, se han expandido a tal nivel que es frecuente la denominación «financiarización de la economía» para nominar la situación actual (8) .
Lo descripto ha redundado en un descomunal y grotesco aumento de la concentración económica (provocando al mismo tiempo mayor desigualdad dentro de las naciones, pero sobre todo entre los países, es decir que la desigualdad global es más severa que la desigualdad nacional). Hemos asistido a la tercerización como una propuesta febril de las escuelas de administración, sin explicar que implicaban el debilitamiento de los derechos laborales. Claro, para la academia establecida los salarios son simplemente costos que hay que minimizar. Pero el fenómeno de la tercerización (producido intencionalmente) se ha multiplicado a escala internacional, pues las firmas han ido relocalizando su producción en los países con peores salarios, derechos laborales más débiles o leyes tributarias más desprotectivas.
Resumiendo lo expuesto, no es ocioso citar a uno de los más lucidos analistas e ideólogos del Imperio. Zbigniev Brzezinski lo explica sin dobleces: «… a pesar de enfrentar importantes amenazas militares, las Potencias Atlánticas fueron capaces de institucionalizar su posición dominante en la política internacional mediante una red global de organizaciones internacionales cooperativas, que incluyen desde el Banco Mundial al FMI hasta las mismas Naciones Unidas, consolidando un marco global para sostener su preeminencia.» (9) Es decir, existe un diseño de la institucionalidad global tendiente a preservar y sostener la posición del Imperio. En términos muy llanos podríamos caracterizar al FMI como el garante del Patrón Dólar a escala global en el marco de lo que el ex ministro de economía brasileño Guido Mántega denominó Guerra de Monedas en los G20 de 2010 y 2011.
En definitiva, si para que exista imperialismo es necesario que la vida económica se cartelice podríamos definir esta etapa del capitalismo financiero (prefiero caracterizarla como «Dictadura del Capital, Patriarcal y Depredador») podríamos designar este momento histórico como Hiperimperialismo. Esto sin entrar en el debate respecto a cuanto se viene desafiando el poder del imperio, o cuanta violencia adicional requiere ejercer el Imperio para sostener su posición. Queda abierta la discusión sobre si nos enfrentamos al momento final de descomposición del sistema capitalista o nos enfrentaremos a otra cabriola sorprendente del sistema para seguir desarrollándose aún en la putrefacción, como sucedió, por ejemplo, tras la profunda y expandida globalmente crisis que comenzó en 2008. Hasta donde llegarán a ser tolerables dichos niveles de violencia y opresión, la utilización de la información que circula en las redes «sociales» para fines de control social o directamente como insumo para las ganancias empresariales privadas.
Ahora bien, es especialmente relevante para Nuestra América el concepto lenineano respecto al 4º y 5º rasgo del imperialismo: el reparto del mundo. Por supuesto que es una política permanente del Imperio, en el contexto del reparto del mundo explicado por Lenin, el funcionamiento de la Doctrina Monroe respecto a su política exterior continental. Tal como señala A. Boron en su video sobre imperialismo (10) «estableciendo lazos de dominación y sujeción económica» como característica de la etapa. Esta «relación» ha tenido una acción política explícita y se ha institucionalizado mediante organizaciones específicas como son la OEA (fundada en 1948) y el BID (1959). Sin embargo, en la etapa de privatizaciones masivas en el continente (década de los 90) los que lograron mayoritariamente hacerse del capital social de la región fueron empresas europeas, y particularmente españolas. Este rasgo, que lejos de ser «natural» claramente expresa algún esquema de «reparto del mundo» no deja de ser una marca, dado que fue un proceso de repetición de los actores de la etapa colonial inicial. También tuvo su propia institucionalidad, sería ingenuo no vincular esta situación con un mecanismo de lobby español a través de las denominadas Cumbres Iberoamericanas que curiosamente comenzaron en Guadalajara, México en… 1991. El sugestivo título de la declaración del encuentro fue «El Fuego Nuevo». Parecería ser que dentro del reparto del mundo operó un reparto del mundo secundario.
Los 90 no fueron un período inocuo para Nuestra América, la apropiación por desposesión que provocaron las privatizaciones masivas en la región podrían bien ser asimiladas a un proceso de acumulación originaria. Cabe para todas y cada una de las oleadas neoliberales la genial expresión de Marx «La justicia y el `trabajo´ han sido siempre, para ellos, los únicos medios de enriquecerse, exceptuando naturalmente el `año en curso´» (11). Siempre la explicación ha sido que la bonanza llegaría cuando se completen las «transformaciones estructurales» o «en el segundo semestre» mientras saqueaban nuestras economías malvendiendo los activos de las naciones y sus derechos. De más está aclarar que las transformaciones no se completaban jamás (porque eran una farsa) y el segundo semestre nunca llegaría. Tomemos como muestra el tema previsional, donde el proceso privatizador se produjo entre 1981 y 2014, de los 193 países que integran las Naciones Unidas solo 30 privatizaron su sistema jubilatorio: 14 nuestro americanos, 14 de la Europa oriental y de la ex URSS mas 2 africanos (12). Esto marca a las claras la impresionante penetración que ha tenido el proceso de desposesión en nuestra región.
Una motivación adicional para la reflexión y la acción del campo popular en torno al concepto de imperialismo en los tiempos que vienen tiene que ver con el aspecto depredador de la Dictadura del Capital. Ya esto llamó la atención de Lenin cuando analiza el lugar histórico del imperialismo (en el capítulo X) al señalar que «El monopolio ha nacido de la política colonial. A los numerosos `viejos´ motivos de la política colonial, el capital financiero ha añadido la lucha por las fuentes de materias primas, por la exportación del capital, por las `esferas de influencia´, esto es, las esferas de transacciones lucrativas, concesiones, beneficios monopolistas, etc…» (13). Es de esperar que a los avances ya desatados con la intención de controlar los recursos naturales de Nuestra América (con renovado y tenaz énfasis en el agua, el litio y los combustibles fósiles) se sume mayor enjundia sobre los sutiles mecanismos de control imperialista sobre la determinación de precios de las materias primas, con instituciones muy consolidadas en el Hemisferio Norte dado el contexto de máxima incertidumbre (tanto esencial como inducida) originada en la pandemia que asola a la humanidad.
Por supuesto que existen síntomas de debilitamiento de Estados Unidos como centro articulador de una única expresión hegemónica cultural, en las formas de hacer política, en la organización empresarial y en los modos de relacionamiento de las naciones. La financiarización extrema de la globalización es tanto un síntoma de descomposición del sistema imperial (14) como una poderosa herramienta de extracción de valor generado por las sociedades y reconfiguración veloz de los procesos de ajuste implementados desde los centros financieros. Particularmente cuando el principal mecanismo de amortiguación de conflictos y contradicciones internas del imperialismo desde los años 80 (el endeudamiento masivo y persistente de estados, empresas y familias) viene produciendo crisis cada vez más profundas, menos espaciadas en el tiempo y más globales (la idea del «contagio» ha tomado nueva significación a partir de la pandemia).
Sin embargo, a la luz de lo desarrollado, no puede dejar de tenerse en cuenta la reflexión de Klachko y Arkonada respecto a las dificultades que presenta el estado actual de situación para la acción emancipadora de la política en una nación cuando refieren «Nuestras revoluciones o reformas pacíficas, y por ello graduales e inconclusas, pueden verse atrapadas en la trampa de las elecciones democráticas y la libre expresión. Es el dilema de construir el socialismo dentro de las formas de un capitalismo democrático y en un solo país» (15). Es claro, como quedó demostrado en los avances de los primeros 15 años del siglo XXI en Nuestra América que existen fuerzas muy potentes que vencer para que el impulso y la inercia de las transformaciones logren quebrar el sentido retardatario o directamente el freno impuesto por status quo global. Como señala Cueva «…la tendencia general del capitalismo es más bien a de transferir el costo de las crisis de las áreas metropolitanas a las áreas dependientes… estas constituyen… el punto más vulnerable del sistema» (16).
En definitiva, como siempre en los procesos históricos, la moneda está en el aire. La correlación de fuerzas vigente es el marco adecuado para un análisis realista de las acciones a desarrollar por el campo popular. El compromiso con una sociedad más igualitaria es el imperativo que hace urgente mayores niveles de organización popular para modificar dicha correlación de fuerzas.
(Agradezco los comentarios y sugerencias de Paula Klachko para este artículo).
Fuente: Cuadernos Marxistas.
Referencias:
Economista. Vicepresidente de la Republica Argentina (2011-2015), Ministro de Economía (2009-2011) y Director de ANSES (2008-2009)
Lenin, V. I. (1917, Ed. 2009) «El imperialismo, fase superior del capitalismo». Buenos Aires: Luxemburg, p 112.
Minsky, Hayman P. (2008) «Stabilizacing an Unstable Economy». McGraw-Hill, p 112.
Hardt, Michel and Negri, Antonio (2001) «Empire». Harvard University Press.
Boron, Atilio (2002) «Imperio & Imperialismo». CLACSO.
Marx, Carlos (1867, 2014) «El capital, tomo I». México: Fondo de Cultura Económica. p. 560-570.
George, Rose (2013) «Ninety Percent of Everything». New York, Metropolitan Books. ps. 8 y 84.
Para interpretar el significado de la definición es muy clara la caracterización de Grace Blakeley al señalar financiarización como «el creciente rol de motivaciones financieras, mercados financieros, actores financieros e instituciones financieras en la operación de las economías doméstica e internacional.» Yo agregaría que: es el sistema en el cual los ingresos provienen crecientemente de las rentas por sobre los salarios. Blakeley, Grace (2019) «Stolen». UK: Repeater Books. p 11.
Brzezinski, Zbigniev (2012) «Strategic Vision». New York: Basic Books.
Marx, Carlos (1867, 2014) «El capital, tomo I». México: Fondo de Cultura Económica. p. 637.
Como bien señala la OIT al respecto: «A pesar de las presiones de las organizaciones financieras internacionales y del sector financiero y de seguros, solo 30 países privatizaron total o parcialmente sus sistemas de pensiones; es decir, la mayoría de los países del mundo han optado por no privatizar». OIT: ESS % Documento de trabajo núm. 63 Podríamos agregar que en la región la presión ha sido también muy fuerte desde el mundo académico, sobre todo de los actores formados en USA y con fuerte presencia en el debate púbico.
Lenin, V. I. Op. Cit. p. 230.
Puede entenderse este fenómeno en el análisis de las fases de de asenso y declinación de las hegemonías del capitalismo histórico desarrolladas en Arrighi, Giovani (1999, 2018) «El largo siglo XX». Madrid: Akal capítulo 1.
Klachko, Paula y Arkonada, Katu (2016) «Desde arriba desde abajo» La Habana: Ed. Caminos. p. 240
Cueva, Agustín (1977, 2004) «El desarrollo del capitalismo en América Latina». México: Ed. Siglo XXI. p. 165
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