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Foucault y el nominalismo

Por Sergio Mario Guilli


Aunque la definición de las categorías de universal particular y singular pueda parecer totalmente ingenua, como todo lo social, es parte de la lucha de clases. Fue Foucault el ariete que utilizó el estado imperialista francés (que lo puso al frente de sus cátedras más conspicuas) y las empresas capitalistas editoriales (que editaron y promovieron con profusión sus obras) quienes lo pusieron en lugar de pedestal del pensamiento humano. En este caso, el concepto de nominalismo es introducido por Foucault con el fin de destruir toda posibilidad de pensamiento racional.


El realismo ingenuo postula que vemos al mundo tal cual es, razón por la cual toda nuestra organización cognitiva del mundo es un reflejo perfecto, inmodificable, absoluto. En el extremo contrario absoluto, el nominalismo es la idea de que no existe nada esencial que una, que ligue a los singulares, a no ser las abstracciones caprichosas que se generan en las cabezas de los individuos y que tienen pretensión de ser realidad. Una realidad que escapa a la lógica y al lenguaje.


El nominalismo es utilizado en un célebre párrafo de Foucault en La voluntad de saber:

“La condición de posibilidad del poder, en todo caso el punto de vista que permite volver inteligible su ejercicio (hasta en sus efectos más "periféricos" y que también permite utilizar sus mecanismos como cifra de inteligibilidad del campo social), no debe ser buscado en la existencia primera de un punto central, en un foco único de soberanía del cual irradiarían formas derivadas y descendientes; son los pedestales móviles de las relaciones de fuerzas los que sin cesar inducen, por su desigualdad, estados de poder pero siempre locales e inestables (...) Hay que ser nominalista (n.d.a. la cursiva es nuestra), sin duda: el poder no es una institución, y no es una estructura, no es cierta potencia de la que algunos estarían dotados: es el nombre que se presta a una situación estratégica compleja en una sociedad dada” .


Foucault difumina la noción de poder como un algo inasible, dependiente de sistemas variables de reglas, y cambiante con ellas. Así logra que poder sea todo, pero al mismo tiempo no sea nada. Los trabajos sobre “microfísica del poder” avanzaron en esta dirección. Lo que Foucault logra con este nominalismo es que para el iniciado en los arcanos foucaultianos, finalmente, toda organización, la más popular que imaginemos, termina siendo sospechosa de portar el virus del poder. Ergo, el individualismo termina siendo una salida digna y hasta la única honesta.


El nominalismo de Foucault presenta un ataque difuso a la teoría revolucionaria que solo se puede sostener con la constante difusión que brindan las clases dominantes. Solo un poderoso aparato de propaganda puede generar los “efectos de verdad” que se desprenden de la lectura de Foucault. Un nominalista de barrio es solo un pobre individuo confuso que no sabe bien lo que quiere decir y al que nadie entiende. Es que el propio nominalismo radical encierra una contradicción insoluble: si un concepto, tomemos el ejemplo del concepto de poder, no admite esencias que nos permitan postular universales ¿Cuál es entonces el hilo que une a diferentes situaciones, multideterminadas y móviles y que hace que las denominemos “poder”? Es que, el nominalismo radical cuestiona en definitiva la posibilidad del lenguaje.


Por cierto que el nominalismo de Foucault en términos de poder, con su pretensión de equidistancia entre la revolución y el capitalismo, perdió predicamento en la medida en que el imperialismo dejó de tener el fuerte contrapeso que significó el campo socialista y empezó su campaña militarista de rapiña. La asepsia política de Foucault entró en contradicción con el nuevo escenario y allí el capitalismo difundió las teorías de Tony Negri sobre “el imperio” un poder que no tiene centro y que nos atraviesa a todos. Sin embargo, las invasiones a Afganistán e Irak terminaron dando por tierra a estas elucubraciones: hay un centro del poder, un comando, que es el que decide estrategias de dominación.


Esto no niega en absoluto el fenómeno en el que Foucault se basa y que dio predicamento a sus teorías. El socialismo es un sistema político organizado con gente que pertenece a esta etapa histórica. No hombres nuevos y mujeres nuevas venidos del futuro por el túnel del tiempo. El choque que produce en los socialistas románticos el duro golpe con esta realidad hace que muchos terminen considerando que “todos quieren el poder” y que “socialistas y capitalistas son lo mismo” expresión que cualquier vecina puede declamar en una verdulería y que Foucault tuvo la pretensión de convertir en profundísimas reflexiones, más allá del bien y del mal.


Sin embargo, en un marco capitalista global, esta concepción no es para nada neutral, sino que sirve a los fines de desarmar las resistencias, que según el “supuesto nominalismo” foucaultiano también son parte y reproducen el poder. Porque el nominalismo del pensador francés es selectivo, difumina el concepto cuando es anticapitalista, pero es taxativo a la hora de hablar del marxismo y en general de las resistencias antiimperialistas. Desarticulada la conciencia crítica al poder capitalista, Foucault aporta a dejar en pie solo la ambición capitalista como motor de la historia, para la cual el lenguaje tiene solo la sustancialidad de un pretexto. Tanta “crítica” al saber poder terminó dejando el campo orégano a los regímenes más cínicos y cruentos.


Los seguidores de Foucault se encargaron de oscurecer las relaciones del pensador de Foucault con el propio poder capitalista que lo entronizó en el lugar de sabio incontestable. Con ello se neutralizó por décadas a la intelectualidad. El foucaultiano de barrio, es decir, quien fue alfabetizado políticamente en la religión posmoderna en los claustros del capitalismo, termina mirando con suspicacia a la portera del colegio, “atravesada” por el “poder microfísico”. Es más, desde esa mirada, está tan “atravesada” como el presidente de los EE.UU. porque como enseña Foucault, el poder no tiene centro. Y ese es el objetivo político del ataque nominalista a la razón.


Desde el marxismo la defensa de la relación entre singulares, particulares y universales es dialéctica. La humanidad construye sus modelos del mundo en un proceso histórico atravesado por ideologías que representan las cosmovisiones de clases en pugna. Esos modelos son relativamente isomorfos con la realidad, producto de la praxis humana y por tanto el marxismo no es un realismo ingenuo. Pero el marxismo postula el avance desde la cosa en si a la cosa para nosotros, la posibilidad de los pueblos de generar una conciencia que organice la vida social en un marco de solidaridad y valores revolucionarios. Como no existe conciencia sin lenguaje, el nominalismo es el arma de la burguesía para desarticular la conciencia revolucionaria y expresa el terror de la pequeñaburguesía a la aceptación del más mínimo nivel de disciplina social y compromiso colectivo requerido para que pueda avanzar un país dependiente y subdesarrollado.

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