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Victor de Hierro

El materialismo dialéctico y la objetividad (Parte I)

Por Raul Oliveri.


En nuestra época de tumultuosos avances científicos y adquisiciones técnicas, cuando le hombre va adquiriendo un dominio cada vez mayor sobre la naturaleza, cuando una gran parte de la humanidad a través del socialismo hace su irrupción definitiva en el ámbito de la libertad mediante el conocimiento racional y el dominio efectivo de sus necesidades naturales y sociales, resulta inadmisible por parte de aquellos hombres dedicados al quehacer filosófico, una cierta actitud de subestimación o de omisión con respecto a la importancia de los resultados de las ciencias particulares en cuanto ellos constituyen elementos esenciales para la comprensión y el conocimiento de lo real, base sin la cual resulta estéril y sin sentido cualquier investigación filosófica. No estamos planteando una salida positivista, considerando a la filosofía como una mera acumulación de los resultados de las ciencias particulares. Pero al mismo tiempo estamos convencidos que en nuestros días una concepción filosófica que ignore o pretenda ignorar dichos resultados se propondría una tarea tan absurda como podría serlo el intento de comprender la estructura del mundo atómico aplicándolo únicamente las leyes de la mecánica clásica.


Esta disquisición previa tiene como finalidad aclarar nuestra posición frente a ciertos pensadores nacionales y extranjeros, quienes parecieran aún hoy encausar su pensamiento por los intrincados laberintos de la especulación “pura”, subestimando los conocimientos científicos acumulados vertiginosamente en las últimas centurias.

Nos proponemos tratar en este artículo un tema esencial para el marxismo y para la filosofía en general, tanto por su importancia desde el punto de vista teórico cuando por las implicaciones que encierra desde el punto de vista de la práctica histórico-social: el problema de la objetividad.


¿Qué debe entenderse por objetividad? Creemos que la respuesta no puede ser unívoca o esquemática ya que la objetividad es una de las categorías filosóficas esenciales, aplicable en diferentes niveles y por consiguiente su contenido no será el mismo en todos los casos. Proceder de otro modo es exponerse a incurrir en una serie de errores que pueden desembocar en conclusiones absolutamente alejadas de la realidad.

Los niveles de la objetividad.


La objetividad debe ser comprendida por lo menos en cuatro niveles fundamentes, ninguno de los cuales se halla aislado de los demás, sino que, por el contrario, en su conjunto representan la totalidad de lo real. Estos niveles son: a) nivel ontológico; b) nivel gnoseológico; c) nivel lógico; d) nivel histórico. Veremos de qué modo la objetividad debe ser comprendida en cada uno de ellos y cuáles son los puntos de aproximación y de divergencia existentes.


a) Nivel ontológico: De acuerdo con los resultados actuales de las ciencias, es posible hablar de la edad de la tierra la cual coincide bastante aproximadamente con la edad de nuestra galaxia. La geología, a través del estudio de la desintegración radiactiva del uranio, del torio y los isótopos del potasio de una respuesta en el sentido de que la edad de la tierra es de alrededor de dos mil millones de años. La astronomía, estudiando el desplazamiento hacia el rojo de las líneas espectrales de las nebulosas extragalácticas , interpretado como efecto Doppler, da una respuesta que coincide con la anterior y lo mismo ocurre al determinar la edad de los meteoritos y al estudiar la evolución de las estrellas, analizando su espectral en combinación con el brillo de cada una de ellas. En síntesis, podríamos decir que, en el estado actual de las ciencias naturales, en lo referente a la edad de la tierra “obtendríamos la cifra aproximada de 2.000 millones de años, y, según los últimos datos, hasta de 5.000 millones de años”

A partir del momento de su formación comienza la historia natural de la tierra que los científicos han llegado a conocer a través de enormes esfuerzos. A la luz de tales conocimientos resulta indiscutible que existió un largo período, de varios miles de millones de años, durante los cuales no existía sobre la tierra ninguna sustancia dotada de las propiedades características de la vida. “Los más antiguos fósiles reconocibles con certeza son plantas acuáticas simples, algas, primitivas, es cierto, pero que han avanzado ya un largo trecho en el camino de la evolución: tienen mil millones de años o quizás más.”.


Es decir que en un momento determinado dentro de la dilatada evolución del mundo inorgánico aparece una sustancia cualitativamente nueva, dotada de propiedades que la diferencias netamente de cualquier otra precedente; a partir de entonces comienza el desarrollo de un largo proceso cuya culminación es el hombre, que constituye desde un punto de vista puramente biológico el resultado de un proceso carente de finalidad, un estado determinado de la materia altamente organizada, “la materia que ha llegado a pensarse a sí misma”.

La aparición de la conciencia, cualidad nueva en el desarrollo vita, determina al mismo tiempo el comienzo de la historia humana y el pasaje de un plano puramente otológico a uno nuevo en el cual lo ontológico y lo gnoseológico se hallan en permanente interacción. “En un principio –antes de que aparezca un organismo capaz de reaccionar a un estímulo- el ser, la realidad, existe bajo el aspecto de procesos y de cosas”, dice Rubinstein; y nosotros agregamos: procesos y cosas interconectados e interactuantes, regidos por relaciones más o menos constantes que constituyen las leyes inmanentes del ser en devenir.


“Las ciencias naturales afirman positivamente que la tierra existió en un estado tal que ni el hombre ni ningún otro ser viviente la habitaban ni podían habitarla. La materia orgánica es un fenómeno posterior, fruto de un desarrollo muy prolongado”. Esta realidad material, preexistente con relación a la conciencia, debe ser considerada como realidad objetiva, es decir, existente con independencia de cualquier conciencia cognoscente.


 El ser es objetivo en cuanto es, independientemente de que sea o no conocido.

b) Nivel gnoseológico: Ubicados ya en un mundo humano o humanizado por la aparición de la conciencia, lo objetivo comienza a presentarse como opuesto a lo subjetivo, como el ser-otro del sujeto. “Para la conciencia del sujeto, el ser se presenta siempre como objeto que se le contrapone. Donde se da la conciencia, se da también esta contraposición; donde hay conciencia, el ser se presenta ante ella con esta propiedad. La conciencia no puede darse sin relacionarse con el ser en calidad de objeto; ahora bien, el ser, el mundo puede existir sin ser objeto para el sujeto; […] A fin de ser objeto para alguien es necesario existir; ahora bien, para existir no resulta obligatorio ser objeto para el sujeto”. El hombre se halla situado, pues dentro del mundo desde un punto de vista biológico-histórico pero desde el punto de vista gnoseológico, como conciencia cognoscente, se sitúa frente al mundo material objetivo para conocerlo, para poder actuar sobre él transformándolo de acuerdo con sus propias necesidades biológicas e histórico-culturales.

El mundo objetivo va a reflejarse en la subjetividad del hombre, pero no de un modo pasivo, en forma especular; de acuerdo con la concepción marxista del determinismo las causas externas actúan a través de las condiciones internas. El conocimiento de la realidad material, como proceso consiste en una aproximación incesante y dialéctica de la imagen al objeto, sin que llegue a agotarse nunca la infinita riqueza de aquél.

En última instancia la conciencia como actividad psicológica del sujeto constituye una verdadera mediación entre el mundo material y la conducta del hombre. El conocimiento subjetivo de la realidad objetiva está determinado por dicha realidad y consiste en una aproximación asintótica hacia la esencia de los objetos y procesos materiales a través de una malla fenoménica, básicamente compleja y cambiante.

“…la única <propiedad> de la materia con cuya admisión está ligado el materialismo filosófico, es la propiedad de ser una realidad objetiva, de existir fuera de nuestra conciencia” dice Lenin en Materialismo y empiriocriticismo (ed. Cit., pág. 259) y agrega algunas líneas más adelante: “Si se quiere plantear la cuestión desde el único punto de vista justo, es decir, desde el punto de vista materialista dialéctico, hay que preguntarse: los electrones, el éter, etcétera, ¿existen fuera de la conciencia humana como una realidad objetiva, o no? A esta pregunta los naturalistas, también in vacilaciones contestan siempre sí, de la misma manera que admiten sin vacilaciones la existencia de la naturaleza anteriormente al hombre y a la materia orgánica”.

c) Nivel lógico: El conocimiento que el hombre posea del mundo material puede variar grandemente en cuanto a la mayor o menor precisión con que dicho conocimiento sea capaz de reflejar las propiedades esenciales de los fenómenos y procesos que constituyen dicha realidad. Desde el conocimiento elemental de la naturaleza del hombre primitivo hasta la profundización extraordinaria alcanzada por las ciencias naturales contemporáneas media un enorme abismo llenado trabajosamente a través de la historia por el esfuerzo de numerosas generaciones.

A medida que la masa de conocimientos se incrementa, el reflejo de la realidad obtenido es tanto más exacto. En muchos casos dicho conocimiento alcanza una gran precisión, se adecúa ajustadamente a la cosa conocida; en tal caso “expresa las propiedades de la cosa, propiedades que ésta posee independientemente de la arbitrariedad y del <punto de vista> del ser cognoscente”. Es decir que la objetividad se traslada al conocimiento mismo, lo cual significa que los resultados obtenidos representan determinadas manifestaciones de una realidad material que no depende de la sensibilidad, la conciencia o el pensamiento del sujeto cognoscente.

Demócrito, hablaba ya de átomos al referirse a la constitución del mundo; pero su concepción era un reflejo sumamente pobre, muy poco objetivo, de la realidad. Por otra parte, carecía de las pruebas necesarias para verificar su teoría y además la misma era inaplicable a cualquier campo concreto de actividades.

El conocimiento del átomo alcanzado por la física contemporánea, en cambio, es sumamente complejo y profundo, reflejando las propiedades de la materia con gran precisión, vale decir, es objetivo. Innumerables hallazgos corroboran la teoría y en última instancia las bombas de hidrógeno, por ejemplo, representan una trágica confirmación de su objetividad.


“…el hombre no podría adaptarse biológicamente al medio, si sus sensaciones no le dieran una idea de él objetivamente exacta”. (Lenin, ob. Cit., pág 177)

d) Nivel histórico: Dice Marx en los Manuscritos económico-filosóficos de 1844: “El producto del trabajo es el trabajo objetivado en un objeto que se ha hecho material: es la objetivación del trabajo. La realización del trabajo es su objetivación” (pág. 67). Y agrega poco más adelante: “Al crear un mundo objetivo con su actividad práctica, al elaborar la naturaleza inorgánica, el hombre prueba ser un ser esencial consciente, es decir, un ser que trata a la especie como a su propio ser esencial, o que se trata a sí mismo como ser esencial” (pág. 74). Y luego: “Es justamente en la transformación del mundo objetivo, en consecuencia, que el hombre realmente se demuestra como un ser esencial. Esta producción es su vida activa como especie. A través y a causa de esta producción, la naturaleza aparece como su trabajo y su realidad. El objeto del trabajo, es por tanto, la objetivación de la vida de la especie humana: porque se duplica a sí mismo no tan sólo como ciencia e intelecto, sino también activamente, en la realidad, y por consiguiente se contempla a sí mismo en un mundo que él ha creado” (pág. 75).

El sentido de las citas precedentes es claro e inequívoco. El hombre al insertarse en un proceso preexistente, como salto cualitativo dentro del mismo, comienza a trasformar el mundo material, a “elaborar la naturaleza inorgánica”, a “crear un mundo objetivo con su actividad práctica”. El trabajo de las sucesivas generaciones comienza a cristalizarse en formas diversas, constituyendo todas ella objetivaciones reales del hombre. Por lo tanto, después de un largo desarrollo histórico “la naturaleza aparece como su trabajo”. Es decir, la naturaleza se ha humanizado. La relación del trabajo resulta pues una actividad mediante la cual el hombre se hace objeto, se objetiva. Si esta objetivación le es arrebatada, la objetivación pasa a ser alienación; deja de ser expresión del hombre para ser pérdida de sí mismo.

Dice Marx en El Capital: “El trabajo es, desde luego, un proceso entre el hombre y la Naturaleza, proceso en que el hombre por su propia obra establece, regula y vigila sus cambios con la Naturaleza. Ante la materia natural, él se presenta como fuerza natural. Pone en movimiento las fuerzas naturales propias de su cuerpo, brazos y piernas, cabeza y manos, para apropiarse la materia natural en una forma utilizable para su propia vida. Y al obrar por ese movimiento sobre la naturaleza que le rodea y modificarla, él modifica su propia naturaleza”.

La objetividad en ese cuarto nivel constituye, por consiguiente, una categoría del materialismo histórico. Es la única objetividad creada por el hombre, en cuanto producción de un mundo cultural-histórico, cristalización del trabajo humano desde sus orígenes. No guarda relación alguna con el concepto de “creatividad” tal como lo planeaban numerosas filosofías idealistas y en especial la filosofía clásica alemana. Para ellas la naturaleza era el No-yo (Fichte) o la forma del otro ser de la Idea, su objetivación (Hegel).

Para el marxismo, en cambio, la naturaleza, el mundo material, constituye el cuerpo inorgánico del hombre. Después de un largo período de historia natural comienza a desarrollarse la historia humana. El hombre con su capacidad de proponerse fines y de realizar el trabajo necesario para cumplirlos, satisfaciendo al mismo tiempo sus necesidades naturales, inicia una larga marcha, jalonando sus diversas etapas con productos que representan otras tantas objetivaciones de su trabajo creador. Nuestro siglo asiste a la irrupción definitiva de una gran parte de la humanidad en el ámbito de la libertad. A través del socialismo, objetivación concreta de un humanismo proletario, vale decir universalizado, el hombre por primera vez en su historia ve abrirse anti sí la posibilidad de una libertad plena de contenido y no mera abstracción formal; de una libertad que signifique el conocimiento profundo de sus necesidades reales, materiales y espirituales, y el dominio efectivo de la naturaleza para colocarla integralmente al servicio de la humanidad.

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